Las rosas y el camino

zubeldia1Sebastián Paredes | El fútbol, como todo fenómeno social y cultural, está moldeado y definido por el entorno en el que está inmerso. Advierta el lector que con estas líneas no estamos descubriendo la pólvora ni mucho menos.

Pero hay fenómenos futbolísticos que marcan y definen una época y algunos pocos son además el germen de identificaciones futboleras que resultan ser divisorias de aguas en la historia futbolística de un país, de una ciudad, de una liga, del sentimiento por unos colores, de una forma de vivir el fútbol.

Todo esto y tal vez mucho más fue Estudiantes de La Plata, bajo la dirección técnica de Osvaldo Zubeldía.

La vida política, social y cultural en Argentina de mediados los años 60 seguía marcada a fuego por el fin del Peronismo en el decenio anterior a manos de una las tantas dictaduras militares de su historia. Frágiles intentos democráticos, con proscripción de partidos, no pudieron sobrevivir al hervidero político-social y las tensiones de los diversos grupos de poder internos y externos.

Los dos gobiernos de Juan D. Perón (1946-52 y 1952-55) trajeron drásticos cambios en la estructura social del país. Entre los que aquí nos interesan, cabe mencionar la inclusión (incorporándolos como suyos) de diversos actores sociales históricamente relegados desde el poder, e hizo que muchos ciudadanos tomaran conciencia de clase y se enrolaran en posiciones políticas a fin de defender sus ideas y/o intereses, cuestionando a las estructuras jerárquicas abiertamente y manifestando una rebeldía por demás novedosa ante los rastros de la conservadora sociedad argentina.

Llegado el período de interrupciones de la democracia argentina; ya sean pergeñadas o en algunos casos sólo ejecutadas por las distintas dictaduras militares, lo que no se podía decir o hacer en el mundo de las ideas y de los militancia partidaria, se trasladó en parte a otros ámbitos de la vida de las personas: la música, con el surgimiento del Rock n’ roll y su actitud de cambiarlo todo, las artes plásticas, la literatura, el cine y por supuesto el fútbol.

De acá para allá y de allá para acá…

El llamado “desastre de Suecia” en el que el seleccionado albiceleste luego de una autoimpuesta ausencia, volvía a los campeonatos del mundo de la FIFA fue un duro baño de humildad para el fútbol argentino, que creía ser el mejor de todos luego de una notable experiencia de juego en el Sudamericano de Lima del año anterior.

Eliminado el equipo –distinto de aquel que jugó en Perú– en primera ronda del Mundial  con un doloroso 1-6 contra Checoslovaquia, se culpó entre otras cosas a la falta de organización; a la falta de estudio de los rivales; la supuesta creencia en demasía de las habilidades futbolísticas propias por parte del team gaucho y la poca profesionalidad a la hora de entrenar. Se reclamó por más concentración, más despliegue físico, más táctica, más análisis y por sobre todo más trabajo.

Adviértase que aquí aparece uno de esos curiosos elementos que identifica a la mayoría de los argentinos, que es la tendencia autodestructiva. Básicamente consiste en que si lo que se hace o realiza no gusta o no obtiene los resultados esperados, no sirve para nada. La sentencia es rápida y también lo es su respuesta: recurrir casi con desesperación por la antítesis y volver a empezar, claro que cuando esta última es descartada hay que volver a empezar el ciclo de buscar lo opuesto, imagínese el lector como todo esto continúa… Es algo que nos acompaña (muy a pesar de este redactor, que con simpatía pretende disimular) desde casi siempre. Y por supuesto el fútbol argentino no era, ni es, la excepción. Así fue que en ese momento, el gran nivel de juego del 1957, fue rápidamente olvidado.

La respuesta más exitosa a ese cachetazo al fútbol argentino y su forma de pensarlo y provino del lugar menos esperado y produjo un cambio total del paradigma en la forma de ser y sentir el fútbol, de un club que se reinventó a sí mismo y que influyó en una forma de pensar y vivirlo e influyó hasta la conquista del campeonato mundial en México en 1986 y de quienes comandan hoy en 2013 los destinos del seleccionado argentino.

El camino

Osvaldo Juan Zubeldía nació en Junín el 24 de junio de 1927, una ciudad agrícola-ganadera situada a unos 260 km al oeste de Buenos Aires. Llegó a Vélez Sarsfield en 1949, donde jugó como delantero en la Primera División permaneciendo hasta 1955. Boca Juniors lo vio entre sus filas de 1956 a 1958, para luego pasar por otros dos años a Atlanta antes de su retiro en 1960 en la Primera B con Banfield. No fue un futbolista demasiado destacado por su capacidad goleadora o personalidad.

En Atlanta en Zubeldía dio sus primeros pasos como entrenador con tan solo 33 años dirigiendo a quienes serían figuras destacadas en el fútbol argentino como Luis Artime, Carlos Timoteo Griguol y un muy joven Hugo Orlando Gatti.

Su devoción por el trabajo de campo y las cuestiones tácticas de su equipo, se tradujo en un juego recio y físico en el que resaltaba el sacrificio y la disciplina táctica de los jugadores. Zubeldía no era ajeno aquellos que denostaban la forma de juego en la que “sólo se dependía y estaba librada a la inspiración de los jugadores” frasecilla muy utilizada en aquellos tiempos posteriores al mazazo de Suecia por muchos entrenadores argentinos, entre los que se destacaban Juan Carlos Lorenzo y Helenio Herrera que miraban y admiraban la supuesta disciplina táctica del fútbol de Europa.

El arribo de Zubeldía a la dirección técnica de Estudiantes de La Plata se dio en 1965 y en una particular etapa del conjunto pincharrata, que tan solo dos años antes había descendido a la segunda división, pero que milagrosamente se había salvado por la anulación por parte de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) de los descensos de la temporada. Consciente de la inquietante situación deportiva, la directiva platense se abocó a afianzar la permanencia de Estudiantes en la máxima categoría con un nuevo equipo.

La institución, que nunca fue destacada protagonista de los torneos de AFA, a diferencia de otros torneos contaba para al arribo de Zubeldía con destacadas promesas de la cantera albirroja: la llamada La tercera que mata”  dirigida por Miguel Ignomiriello, que con una personalidad avallasante dominaba los torneos de los juveniles de la tercera categoría. Algunos valores de ese equipo eran Juan Ramón Verón, Carlos Pachamé, el guardavalla Alberto Poletti, Eduardo Luján Manera, Oscar Malbernat, y el defensor llegado desde Tucumán Ramón Aguirre Suárez entre otros. Todos fueron adoptados por el recién llegado entrenador y formados en el rigor de su disciplina de trabajo.

La necesidad de formar un equipo duro para salvarse del descenso se complementó con jugadores de fortísima personalidad y juego con mayor experiencia como el defensor y Raúl Madero y las incorporaciones del mediocampista defensivo Carlos Bilardo, proveniente del Deportivo Español y Marcos Conigliaro delantero de Chacarita. Con este mix de experiencia, oficio y juventud, Zubeldía generó una pequeña revolución en el juego de Estudiantes de La Plata y del fútbol argentino.

Tal vez la mayor expresión por el impacto que generaba en el desarrollo del juego era la llamada trampa del offside en la que el equipo calculaba al milímetro cada ataque de su adversario para salir en línea y dejar en posición de adelanto de forma deliberada a los delanteros rivales quienes no podían entender las jugadas de laboratorio del conjunto platense preparadas y estudiadas sistemáticamente por los futbolistas.

También fue novedad la forma de los entrenamientos, pues a diferencia de los otros equipos entrenaba en doble o triple turno y requería un compromiso al máximo de sus jugadores. Hete aquí una de las claves de los logros del Estudiantes de Zubeldía: el compromiso total y absoluto de sus jugadores con su entrenador y sus maratonianas sesiones de trabajos tácticos, jugadas preparadas e interminables aislamientos en los que solo se dedicaban a entrenar ajenos a cualquier tipo de distracción.

Pues Zubeldía incorporó en sus jugadores la idea de que el trabajo y solo el trabajo era lo único definitivo a la hora de conseguir resultados, ese era el dogma de su casi-ideología de juego, apelando además la rebeldía de sus jugadores que militaban un club modesto que sólo iba a poder lograr algo a través del esfuerzo, constancia y más que nada sacrificio. Para ello entendió que los jóvenes eran la clave para entender el mensaje, que no sólo era futbolístico si no una forma de vivir.

Es muy conocida la historia en que Zubeldía citó una mañana muy temprano, casi al alba a todo el plantel de Estudiantes y los condujo a la estación de ferrocarril Constitución una de las estaciones centrales de Buenos Aires, donde cada mañana llegaban desde los alrededores de la ciudad a la Capital hordas trabajadores que se encaminaban hacia su trabajo a las cinco de la mañana. Les ordenó que los observasen para luego remarcar: “Lo hice para que viesen lo afortunados que eran (los jugadores), pues les pagan por hacer lo que más les gusta, jugar a fútbol”. Con esos dramáticos ejemplos el técnico incentivaba y alimentaba el espíritu de lucha de su equipo, que se traducía en el juego y en la actitud ante el resto del mundo-fútbol de Argentina.

La Liga argentina, que nunca había conocido un campeón más allá de los llamados “cinco grandes” River Plate, Boca Juniors, Racing Club, Independiente y San Lorenzo reestructuró en 1967 la forma de sus campeonatos, dividiendo el año futbolístico en dos torneos: los Metropolitanos y los Nacionales. Estudiantes aprovechó la oportunidad y tras una heroica semifinal de leyenda ante Platense, -en desventaja numérica y dos tantos abajo en el marcador-, dio vuelta el resultado y accedió a la final para coronarse en el primer “equipo chico” en ser campeón del fútbol argentino.

La idea de Zubeldía había funcionado, su equipo le respondía sacrificándose dentro y fuera del terreno de juego y logró construir una temida personalidad, con un sistema de juego pragmático que pateó el tablero del tradicional fútbol argentino del pase y gambeta.

Las rosas

Estudiantes logró el campeonato Metropolitano de 1967 consiguiendo lo que nunca antes, despegar del foco de atención a los equipos grandes que caían de rodillas al tacticismo y estilo de juego impuesto por Zubeldía, quien no tenía tapujos en sacrificar el llamado “jugar bonito” en pos del resultado. En realidad, el cuasi-empirismo del entrenador, era fruto de la labor en el terreno de juego, que no sólo era la llamada “trampa del offside”, sino también jugadas preparadas de tiro de esquina y tiro libre, la colocación de pateadores con pierna cambiada en los remates para que el efecto del centro sea indescifrable para los defensores y el cancerbero; charlas con árbitros de fútbol para que los jugadores se interioricen del reglamento; trabajos novedosos en los relevos de ataque y defensa; ejercicios de doble marca y por supuesto la habilidad de sus futbolistas, destacándose entre ellos la capacidad goleadora de “La Bruja” Juan Ramón Verón.

En 1968 Estudiantes de La Plata comenzó una serie gloriosa a nivel continental accediendo a tres Copas Libertadores de América consecutivas –finales ganadas ante Palmeiras, y los uruguayos de Nacional y Peñarol respectivamente- y cayendo en la final de 1971 ante Nacional de Montevideo.

Zubeldía y su equipo tenían claro que cada año el objetivo era ser campeones de América y lo hacían más que evidente, ya sea colocando reservas o jugadores juveniles en los torneos locales como también llevando al extremo la concentración de los jugadores, en los que el aislamiento podía llegar a meses. Cierta vez el entrenador “autorizó” a los jugadores a contraer matrimonio para fin de año, cuando la agenda de compromisos no estaba tan completa y fueron ocho los jugadores pincharratas que contrajeron enlace con sus novias, en la semana libre al efecto.

Las espinas

Aquel equipo logró algo nunca visto antes: amaba ser odiado, que se lo tilde de molesto, pero contaba y descansaba con su arma no tan secreta: el trabajo puro y duro.

Su forma de jugar fue tildada por muchos como antifútbol, ya que la vehemencia de los jugadores de Estudiantes muchas veces se convertía en violencia para con sus rivales.

Claro que vista desde hoy, esa violencia estaba en toda la sociedad argentina, en la que la represión social estaba presente en cada uno de los aspectos de la vida en comunidad, en que los trabajadores, sindicatos, partidos políticos, intelectuales y estudiantes luchaban por sus derechos y veían que bregando por un ideal podrían conquistar algo. Ejemplos que venían del extranjero no hacían más que inspirarlos… y allí estaban los muchachitos de la tercera que mata luchando contra la AFA, los medios de prensa que no vendían diarios, pues  Estudiantes sólo tenía seguidores en La Plata.

El equipo sufrió el escarnio de la prensa por el exceso en la rudeza del juego, muchas veces injustificado, pero otras veces acertado. Es por demás recordada la final de la Copa Intercontinental ante AC Milan en 1969 en Buenos Aires, en el estadio de Boca Juniors, donde la violencia del juego llevó a la merecida expulsión durante el cotejo de varios jugadores de Estudiantes. El régimen militar argentino posteriormente, en una medida nunca vista en la historia del fútbol local encarceló a los jugadores expulsados Poletti, Aguirre Suárez y Manera durante treinta días en una cárcel común. Todo esto alimentaba el mito del pequeño y antipático equipo platense que iba por todo.

La gloria

A nivel futbolístico la gloria de aquel equipo de Estudiantes fue en Old Trafford el 16 de octubre de 1968, venciendo en la serie a Manchester United, campeón de Europa y obteniendo la Copa Intercontinental. La hostilidad del ambiente, era lo que al Estudiantes de Zubeldía más le gustaba y era cuando más disfrutaba de sus triunfos, por eso esa final es la estrella más brillante en el firmamento pincha.

Tras aquella final en Inglaterra se encontró en los camarines de Estudiantes una pizarra, que el entrenador utilizaba para diagramar sus tácticas, con una frase escrita que puede resumir todo lo que representaba el fútbol de Estudiantes “a la gloria no se llega por un camino de rosas”, la leyenda cuenta que dicha pizarra aún hoy puede verse en el museo de Manchester United.

Pero la gloria de Estudiantes y Zubeldía no radica solo en logros deportivos, es algo mucho más grande. No sólo que los seguidores de Estudiantes elevaron al entrenador a la calidad de Zeus de la mitología pincharrata, sino que fue el empujón que necesitaban los equipos más chicos del fútbol argentino para comenzar a conquistar campeonatos, así en pocos años Velez Sársfield, Chacarita JuniorsRosario Central y Newell’s Old Boys lograron sus primeras estrellas.

La gloria también fue la expresión pura de animarse a buscar un objetivo, del trabajo duro en combinación con la habilidad futbolística, que brilló en medio de un cambio de época. La muerte del Che Guevara en Bolivia, la Guerra de Vietnam, la separación de Los Beatles, las protestas de 1968 en Europa, el Cordobazo argentino que vio a estudiantes universitarios y a sindicatos enfrentar y casi hacer tambalear a través de sus protestas el poder militar de Juan Carlos Onganía, presidente de facto y cuyo régimen encarceló a jugadores de Estudiantes, fueron acontecimientos que se dieron durante el reinado de Estudiantes.

Zubeldía enseñó a sus jugadores y al fútbol argentino a trabajar de una forma nunca antes vista, luego de su ida de Estudiantes en 1971, siguió su camino y fiel a su estilo y logró en 1974 el torneo Nacional con San Lorenzo de Almagro, pero ya eran otros tiempos del fútbol en Argentina que con sus habituales vaivenes ya estaba mirando otras formas, otros estilos, buscándose e intentando descifrarse.

Pero además la impronta de Zubeldía creo una escuela de fútbol en Estudiantes y en el fútbol argentino. Quienes fueron sus jugadores pusieron siempre en práctica sus enseñanzas y métodos repitiendo hasta casi el hartazgo que sólo eran sus discípulos, ya sea en el conjunto de La Plata, con Bilardo y Luján Manera con los campeonatos argentinos de 1982 y 1983 y el mismo Bilardo, junto a Madero y Pachamé en el seleccionado argentino entre 1983 y 1990 y  más tarde con Alejandro Sabella, jugador campeón en los años 80 con Estudiantes junto a Juan Sebastián Verón, hijo de una gloria de pincharrata para revivir nuevamente la gloria de la Copa Libertadores. La mística creada es un deber para cada jugador y entrenador que hace su arribo a Estudiantes, la del sacrificio y el trabajo.

Luego de su paso por otros equipos, se fue a Colombia a revolucionar su fútbol, fiel a su estilo mordaz y provocador pronunció una recordada frase: “Revolucioné el fútbol colombiano porque acabé con la siesta. Acabé con los desayunos fuertes y los almuerzos prolongados. ¡A la cancha! A trabajar mañana y tarde.”

Por supuesto que lo revolucionó y también logró que sus jugadores de a poco vayan acostumbrándose a su novedoso estilo y entregarse por completo a sus ideas y visión logrando títulos con Atlético Nacional en 1976 y 1981.

En Medellín fue donde partió para siempre el Gardel de Estudiantes en el año 82. Cruel ironía del destino es que Osvaldo falleció mientras presenciaba en Medellín una de sus pasiones, las carreras de caballos, tan libradas al azar, ese al que él esquivaba todo el tiempo, a través de su fútbol, de su tenaz trabajo, de sus enseñanzas y de su ejemplo.

Bibiliografía:

Última visita de todos los links 23 de noviembre de 2013.

Frases:

¿Qué fue lo que más admiró de Zubeldía?

Una frase suya lo sintetiza. Nosotros hacíamos la jugada de fuera de juego y él por Canal 7 explicó cómo se contrarrestaba. Cuando vino lo queríamos matar. “¿Y Osvaldo?, ¿ahora qué hacemos?”, le planteamos. Él respondió. “Mejor, así me hacen pensar”

Carlos Bilardo, en reportaje a la revista El Gráfico, noviembre de 2001.

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“Acepto que Estudiantes tiene un estilo que no gusta. Reconozco que, cuando emplea la jugada del offside, el suyo es un juego destructivo que anula y desgasta a los adversarios. Pero no lo hace con un criterio solamente defensivo. Todo lo contrario. Frente a rivales que saben jugar o son peligrosos tirando centros, evitamos embotellarnos en la defensa. Salimos en bloque por dos motivos: para dejarlos en offside y para recuperar la pelota lejos de nuestro arco”.

“Revolucioné el fútbol colombiano porque acabé con la siesta. Acabé con los desayunos fuertes y los almuerzos prolongados. ¡A la cancha! A trabajar mañana y tarde.”

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